No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.
No me grites. Te respeto menos cuando lo haces; y
me enseñas a gritar a mí también.
Cumple las promesas, agradables o desagradables. Si
me prometes un premio, dámelo ; pero también si lo que prometiste fue un
castigo.
No me compares con nadie, especialmente con mi
hermano o mi hermana. Si me haces sentir mejor que los demás, alguien va a
sufrir y si me haces sentir peor que los demás, seré yo quien sufra.
No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que
debo hacer. Decide y mantén esa decisión.
Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por
mí, yo nunca podré aprender.
No digas mentiras delante de mí , ni me pidas que
lo haga por ti , aunque sea para sacarte de un apuro. Me haces sentirme mal y
perder la fe en lo que me dices.
Cuando yo hago algo malo, no me exijas que te diga
el por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo sé.
Cuando estás equivocado en algo, admítelo y crecerá
la opinión que yo tengo de ti, y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones
también.
Trátame con la misma amabilidad y cordialidad con
que tratas a los amigos. Porque seamos familia, no quiere decir que no podamos
ser amigos también.
No me digas que haga una cosa que tú no haces. Yo
aprenderé siempre lo que tú haces, aunque no lo digas. Pero nunca haré lo que
tú digas y no hagas.
Cuando te cuente un problema mío, no me digas “no
tengo tiempo para bobadas”, o “eso no tiene importancia”. Trata de comprenderme
y ayudarme.
Y quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir,
aunque tú no creas necesario decírmelo.
(H.Juan José Brunet ).
EN CLASE Y EN NUESTRA CASA...